
En noviembre de 1980, mientras algunos de mis compañeros de preparatoria pensaban en su primera fiesta o en conseguir coche, yo estaba dando clases de aeromodelismo y aprendiendo a perforar tarjetas. Una combinación curiosa: por un lado, la precisión milimétrica de construir modelos a escala; por otro, la precisión absoluta que exigía el código Hollerith, donde un error podía arruinar toda una corrida. Entre ambas disciplinas descubrí algo que marcaría mi vida profesional: la maravilla de convertir instrucciones en procesos de negocio, y la magia de que una máquina ejecutara exactamente lo que uno había imaginado.
En esa misma época tuve mi primera visión tecnológica: una calculadora programable con 30 pasos de memoria continua. Parecía poca cosa, hoy cualquier asistente digital hace miles de operaciones en un instante, pero para mí fue asombro puro. Por primera vez, podía pensar un algoritmo una sola vez y reutilizarlo indefinidamente. Era productividad en estado puro, una noción que más adelante se convertiría en eje de mi carrera.
Pero hubo otro aprendizaje igualmente importante: dominar tecnología no era suficiente. Lo valioso era conectar esa tecnología con los negocios, con la gente y con los procesos reales, y, sobre todo, explicarlo en un lenguaje que todos entendieran. Ese descubrimiento temprano se volvió un hilo conductor de todo lo que vendría después.
Cuando la computación era escasa y la planeación lo era todo
Los primeros años fueron un viaje por un mundo donde la tecnología era un recurso escaso, costoso y centralizado. Las tarjetas perforadas exigían disciplina militar: pensar antes de escribir, validar antes de perforar, planear antes de ejecutar. Las mainframes eran tan costosas que varios bancos se unían para comprar una y usarla como service bureau; era una especie de “cloud” rudimentario sin saberlo.
Y algo más: el trabajo terminaba cuando uno salía de la oficina. No había conectividad, no había celulares o emails nocturnos, no había urgencias fuera de horario. El día siguiente siempre tenía espacio para resolver.
Ese mundo desapareció, pero dejó lecciones esenciales: respeto por los recursos, claridad en los procesos y una obsesión por evitar errores antes de que ocurrieran.
La PC: el poder llega al escritorio y cambia la cultura
Luego vino la PC. El sistema operativo DOS en modo texto. Apple II cargándose en escuelas y universidades. De repente, la computación dejó de ser un privilegio corporativo y se convirtió en una herramienta personal. El usuario descubrió autonomía. Las empresas descubrieron incertidumbre. Empezó el fenómeno del “shadow IT” sin siquiera saber nombrarlo, y, por primera vez, la productividad dejó de depender exclusivamente del departamento de sistemas.
La PC descentralizó el poder. Y con ella, nació un modelo mental distinto: cada persona podía construir algo útil sin pedir permiso.
X.25, BBS y Compuserve: el trabajo empieza a entrar a casa
Mi primera conexión remota por X.25 sigue siendo una de las memorias más vívidas de mi carrera. Ese tono del módem, esa espera paciente mientras la pantalla cambiaba línea por línea… Hoy lo llamaríamos primitivo; para mí en ese momento fue ciencia ficción hecha realidad.
Los Bulletin Boards, Compuserve y AOL, abrieron una ventana a un mundo interconectado. Todavía lento, todavía textual, pero transformador. Y aunque pocos lo vieron entonces, esa primera conectividad remota fue el inicio del trabajo ubicuo. El hogar ya no estaba completamente separado de la oficina.
Paradójicamente, fue una tecnología subestimada. Al inicio, las empresas no querían interconectar todo. El apetito por conectar globalmente era casi inexistente… hasta que internet lo cambió todo de golpe décadas después…
UNIX, Oracle 4.1 y el nacimiento de los sistemas abiertos
Después de mis primeras experiencias técnicas, di un salto decisivo. Me incorporé a proyectos para PEMEX, desarrollando dos sistemas fundamentales:
- Sistema de programación presupuestal, evaluación e ingeniería de costos
- Sistema de consolidación del ejercicio presupuestal
Fue ahí donde me sumergí en UNIX, con el Bourne Shell como herramienta diaria, y donde descubrí el verdadero poder de los lenguajes de cuarta generación. Era un cambio profundo: no se trataba de escribir miles de líneas de código, sino de pensar en procesos, en abstracciones y en productividad.
Oracle 4.1 fue otro punto de inflexión. Una base de datos que operaba con SQL en múltiples sistemas operativos era una declaración contundente: el futuro sería portátil, interoperable, escalable.
Desde primera fila, vi desaparecer a los ambientes propietarios. La industria aprendió que la productividad crece cuando se reduce la curva de aprendizaje y se rompen las dependencias tecnológicas rígidas.
Las redes locales, Microsoft y la homogenización del escritorio
Los noventa tempranos fueron un torbellino: Novell y Banyan dominaban las redes locales, pero Microsoft tenía un as bajo la manga: Word, Excel y PowerPoint. La historia recuerda a los perdedores: WordPerfect, Lotus 1-2-3, Harvard Graphics como piezas de museo, pero la razón de su caída es una lección estratégica clave: la productividad masiva nace de la uniformidad, no de la sofisticación.
Microsoft apostó por algo simple y poderoso: una experiencia unificada que cualquier usuario pudiera entender sin reaprender cada herramienta. Y ganó.
1989: De tecnólogo a estratega: nace ASISTE®, mi empresa
Nueve años después de haber iniciado mi carrera, tomé una decisión que cambiaría mi vida. Fundé mi empresa, con un propósito claro: convertir la tecnología en estrategia y acelerar el desempeño de negocios reales.
No bastaba con programar; había que conectar la tecnología con ventas, con productos, con procesos, con clientes reales. Desde entonces, mi empresa ha apoyado a fabricantes de tecnología y servicios de alta gama con herramientas algorítmicas que impulsan ventas, optimizan portafolios y mejoran resultados. Muchas de esas ideas nacieron de aquellas primeras lecciones de la era del UNIX, Oracle y la conectividad remota.
Mi empresa es, en cierto modo, el puente entre lo que aprendí en los ochenta y lo que construimos hoy con inteligencia artificial.
1995: El Big Bang moderno
Internet irrumpió como un meteorito. El correo electrónico desplazó al fax. Justo en diciembre de ese año, cerré un negocio 100% desde el correo electrónico con Canadá. El comercio electrónico abrió un universo paralelo. La información dejó de ser un recurso escaso y se volvió omnipresente.
Aquí ocurrió algo fundamental: el tiempo de los negocios cambió de escala.
Lo que antes se resolvía en días ahora debía resolverse en horas, o inclusive minutos.
La conectividad remota se volvió un requisito. El ciclo de decisión se aceleró. El mundo se aplanó en un instante.
Móviles y smartphones: la oficina en la palma de la mano
Luego llegó la telefonía móvil, y el trabajo dejó de tener un “lugar”. La oficina se volvió portátil. La jornada dejó de terminar. El cliente dejó de ser local. La inmediatez se convirtió en estándar.
Un pequeño dispositivo redefinió los límites entre vida personal y profesional. Y nos habituamos a eso para siempre.
Hoy: la IA y la era de los agentes inteligentes
Y ahora, después de 45 años, estoy frente a otra revolución. La IA generativa, los agentes autónomos, la automatización inteligente… todo lo que antes era manual, lento o dependiente de equipos enormes, ahora puede ejecutarse con unas cuantas instrucciones.
Los agentes y la automatización robótica de procesos están transformando industrias completas. Y aquí vuelve aquella vieja calculadora programable de 30 pasos: la idea de pensar bien una vez para reutilizar muchas. Pero ahora con un poder exponencial.
Comprender fundamentos: estructuras, lógicas, procesos, decisiones, todo eso se ha vuelto un superpoder. Y quienes empezamos con tarjetas perforadas sabemos que no hay magia, solo evolución bien construida.
Lo que aprendí en 45 años
- Entender por qué funciona algo es más valioso que saber cómo usarlo.
- La tecnología solo importa cuando reduce fricción.
- Lo abierto siempre prevalece sobre lo propietario.
- Las revoluciones empiezan pequeñas… y casi siempre subestimadas.
- Adaptarse es una disciplina, no una reacción.
- La IA no sustituye trabajo: sustituye el trabajo que no agrega valor.
- Y la más importante: traducir tecnología a negocio siempre será la habilidad más humana del mundo digital.
Gracias a todos mis mentores, mis clientes, mis amigos, mis proveedores, mi familia y a la gran industria de las tecnologías de la información y comunicaciones por haberme permitido entrar a este fascinante mundo que cada vez me hace pensar en todo lo mucho que me falta por aprender, por conocer y por supuesto por compartir y disfrutar.